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Con El Agua Al Cuello es el próximo libro que te va enganchar...  ¿Y Sabes por qué? 
Porqué tiene la capacidad de hacer sentir identificada a cualquier persona, al acompañar a la protagonista de la historia en su recorrido por conseguir un propósito por el cual está dispuesta a luchar con todas sus fuerzas, con el fin de algún día alcanzar. 
Es por esta universal razón que el lector puede verse a mismo reflejado en los personajes de la obra, que conforman un perfecto retrato de la realidad humana llevada a su contexto más puro y real; en una muy bien lograda novela de suspenso psicológico que impulsa a quien la lea, a ir avanzando en su recorrido para descubrir que es lo que aguarda en el siguiente párrafo, en la próxima página, en el otro capítulo, y en el final del libro…

Al envolverlo en una continua y absorbente narrativa que lo hará leer la historia de Elena en unas cuantas horas... o en un par de días. Logrando enganchar de principio a fin, con una agradable descripción que da la libertad al lector de adaptarlo según su propia percepción; al saber mantenerse fresca y actual a lo largo de sus diez capítulos. (Esta versión aun pasara por una edición final)

Comunidad
Afinidad
Construcción
Contracción
¿Oscuridad?
Ahogamiento
Llegada
Discernimiento
Encuentro
Emancipación



Aquí una parte del primer capitulo:







A
pesar de estar caminando rápidamente el impacto de la noticia hizo que su trayecto de regreso a casa pareciera ser más largo de lo habitual, reflejando en cada uno de sus pasos la profunda angustia que carcomía su alma, al mismo tiempo que mientras avanzaba intentaba buscar las palabras más adecuadas para hablar sobre el resultado con su familia. Por lo que una vez se iba acercando a la casa su nerviosismo aumentaba proporcionalmente, llevándola a pensar que debía controlar sus emociones para no caer en la desesperación del momento, así que justo antes de entrar por la puerta se armó de valentía liberando parte de la tensión al ¡apretar sus puños con fuerza! y respirar profundamente tres veces seguidas manteniendo sus ojos cerrados, para después abrirlos e ingresar lentamente mientras veía que su madre se encontraba terminando el vestido que llevaría la dama de honor, y algunos de los familiares que ya habían llegado para la boda se encontraban probándose los trajes de los acompañantes, y charlando entre ellos en ese momento cuando.

»Mi madre me vio llegar y cautelosamente me llamo con la mirada para preguntarme sobre los resultados; ante lo que yo en medio de la situación me detuve a pensar por unos segundos antes de pronunciar la primera palabra…
Y en ese momento podía sentir como mi corazón estaba latiendo con gran intensidad, y escuchaba con angustia la respiración salir por mi nariz, al tiempo que movía hacia un lado la cabeza para ver a mi alrededor a tantos familiares que habían viajado hasta el pueblo para estar esa noche allí, sintiéndose ilusionados y felices por mí, sin contar con los preparativos que en su mayoría ya estaban finalizados. Haciendo que toda esa presión me dejara entre la espada y la pared; ya en ese instante simplemente no pude decir lo que realmente me estaba pasando…Y decidí rápidamente en esa fracción de tiempo que lo mejor que podía hacer era ¡callar!

Aun no he recibido los resultados. Le respondí.

Ella me miro a los ojos, y me dijo "no te preocupes tanto por eso”, ya que tenía suficiente con la boda; y mejor dejara todas mis preocupaciones en manos de Dios. Así como él lo ha indicado en la biblia (…)

Fragmento de ¿Oscuridad?
Capítulo  5


El sábado empezaba desde tempranas horas de la mañana disponiéndose a preparase una detrás de la otra arreglando la ropa especial que usarían durante el día, la cual generalmente estaba conformada por un vestido que bajaba hasta los tobillos, o que mínimamente cubriera las rodillas sin ningún tipo de escote ni en el pecho o la espalda.
Su color preferiblemente claro, de tonos pastel o beige, zapatos de tacón, el cabello recogido recatadamente y un maquillaje suave que se ajustara a los parámetros de una clásica línea conservadora y elegante, para estar ubicadas bajo una temperatura que podía llegar a los treinta y cinco grados centígrados, dentro de un recinto que no contaba con ningún tipo de aire acondicionado, sino únicamente con un par de ventiladores que después de un tiempo de funcionamiento empezaban a generar el mismo aire caliente que se mezclaba con el ambiente caluroso, creando así una atmosfera sofocante para quien no está acostumbrado a ella. Sin embargo esto no era razón para perder la elegancia. Elena, Amelia y Esther debían mantener la compostura aun cuando las gotas de sudor bajaran por sus espaldas rozando con la tela de los vestidos que su madre había confeccionado especialmente para cada una ellas; manteniéndose así hasta las doce y cuarto del mediodía.

Hora en donde el culto terminaba dando lugar a la salida de la iglesia justo en el momento cuando el sol se encontraba en su máximo esplendor, para así disponerse a regresar caminando en tacones por las calles empedradas del pueblo hasta llegar a casa, en donde a las dos hermanas mayores les correspondía la labor de ayudar con la preparación del almuerzo que su madre había iniciado durante esa misma mañana, el cual generalmente estaba compuesto por frijoles como principio, arroz blanco, una porción de plátano, una presa de pollo y acompañado de un concentrado juego de mora endulzado con panela; conformando así el típico menú reservado para el día sábado. Ese mismo que había sido trasmitido como una costumbre desde sus bisabuelos hasta llegar a sus padres,–quienes como ellos también lo habían hecho en sus tiempos– tenían el buen habito de invitar a alguien que llevara poco tiempo asistiendo a la iglesia a almorzar, o incluso que fuera su primera vez en el lugar, con el fin de compartir un momento agradable mientras se conversaba con el invitado queriendo hacerlo sentir en familia, y creando empatía con todo aquel que asistiera con la intención de pertenecer en la comunidad religiosa o simplemente porque deseaba buscar de Dios, haciendo de aquel gesto de amabilidad algo característico y habitual entre los miembros de la iglesia del pueblo, quienes conformaban una unida comunidad caracterizada por usar el término “hermano” para dirigirse los unos a los otros, y destinar los días sábados en la mañana para congregarse en el templo, mientras que en la tarde se dirigían a visitar a algún miembro que estuviera enfermo o necesitado de ayuda.

Así como también lo hacían con aquellos que estaban empezando a asistir recurrentemente con la intención de conocer más sobre Dios. A quienes les enseñaban sobre la biblia mediante estudios especialmente diseñados para las personas que se iniciaban en la vida cristina, haciendo que fuera una tarea en la cual llegaban a dedicar varias horas en las tardes de sábado, ya fuera con una sola persona o con varias que visitaban.
Sin embargo este tipo de actividades no era muy apetecidas por más jóvenes, quienes preferían emplear su tiempo en cosas que fueran más recreativas –sin que estas se llegaran a salir del marco espiritual–, ya fuera con un juego de cartas didácticas, “búsquedas rápidas en la biblia”, alguna película o simplemente charlar con otros compañeros de la misma iglesia hasta llegar el atardecer. Hora en donde nuevamente se reunían en un segundo culto con un carácter más informal, que a su vez seguía manteniendo la figura de alabanza y adoración. En el cual se dedicaban a realizar actividades de aprendizaje mediante el uso de las destrezas mentales de cada uno de los participantes, para después de finalizado reunirse en el pasillo central del templo y tomándose de las manos los unos con los otros formando un ovalo, con el que se unían para despedir el día cantando el mismo himno, luego tenían una corta oración de agradecimiento por el sábado trascurrido, y finalmente en la mayoría de noches, los jóvenes tanto en edad como en espíritu se dirigían a la cancha del pueblo en donde practicaban deporte entre equipos conformados por miembros de la comunidad y visitantes que no pertenecían a la iglesia, logrando compartir unos momentos de sano esparcimiento sumamente agradables cada noche de sábado que se reunían.

Esta serie de actividades se repetía todos los sábados sin que llegaran a ser aburridoras, ni muchos menos monótonas. Ya que aunque en general se hiciera la misma secuencia de acciones, estas variaban por diferentes circunstancias entre un sábado y otro, creando consigo una serie de parámetros de devoción que determinaban un completo estilo de vida. Bajo el cual fueron criadas las hermanas Hernández. Elena, Amelia y Esther quienes crecieron con una serie de valores sumamente inculcados desde su niñez, como lo era la humildad, la austeridad y la prudencia, que toda mujer debía tener para desempeñar su papel dentro de la sociedad, y dentro de la familia que algún día conformarían. Teniendo para ello el ejemplo a sus padres, –que como la costumbre lo indicaba– el hombre de la casa se encargaba de cumplir con su deber de llevar al hogar el sustento para su esposa e hijas, mientras que por su parte la madre se dedicaba a realizar las labores que demandaba el hogar, junto con la atención que requerían sus tres hijas y esposo; a su vez ella combinaba su tiempo con la confección de prendas de vestir por encargo, y diseñaba la ropa que sus propias hijas usaban, la cual había estado confeccionando desde que eran muy pequeñas, inicialmente por que disfrutaba hacerlo, para después convertirse en una necesidad. Debido a que mantener a sus tres niñas en pleno crecimiento con una sola fuente de ingresos, le requería hacer rendir el dinero lo máximo posible.
Sus hijas eran Elena, Amelia y Esther, siendo Elena la mayor de las tres, –quien se diferenciaba por menos de dos años con Amelia–, y ella a su vez en siete años con Esther, la menor de las tres.

Elena guardaba dentro de sí un nivel de responsabilidad adicional con sus dos hermanas menores, a quienes deseaba servir de ejemplo en muchos de los aspectos enseñados por sus padres, –y de manera especial las de su madre–, quien las educo en un ambiente muy estricto de obediencia y rectitud, buscando que les fuera lo mejor posible en la vida, y que algún día conformaran una prospera familia bajo los mismos parámetros influenciados por la doctrina cristina. Debido a ello Elena no podía tener novios durante su etapa de colegio, ni estar fuera de casa después de las ocho; al ser su principal responsabilidad cumplir con el rendimiento escolar, mientras sus padres intentaban suplir todas sus necesidades para sacarla adelante, sabiendo que detrás de ella también venían sus otras dos hermanas las cuales demandarían más gastos conforme fueran creciendo. Por lo cual se hizo muy común entre ellas la práctica de –ceder la ropa a la siguiente hermana–, ampliando con ello la vida útil de un determinado vestido, que para el caso de un niño es mucho más cortó que el de un adulto. Así mismo Elena y Amelia tenían la particularidad de ser vestidas de igual manera –como si se tratara de un par de gemelas–, ya que al llevarse algo menos de dos años entre ellas su madre confeccionaba el mismo vestido para las dos queriendo que se vieran muy parecidas; pero Capítulo 1. Comunidad 7 aunque compartían ciertos rasgos físicos, sus personalidades se hicieron muy diferentes con el pasar de los años… 

Mientras que en Elena tenía un carácter más noble y servicial, destacando en ella aspectos de serenidad, sencillez y bondad como sus principales valores, haciéndola una joven generadora de confianza hacia los demás, –de aquellas a quien se le puede contar un secreto con la tranquilidad de que no lo iba a divulgar a nadie–; se interesaba principalmente por temas relacionados con el diseño, ya fuera de vestuarios o de espacios, por ende podía apreciar mejor la belleza de una buena construcción arquitectónica, una obra de arte o la confección de un elegante vestido. También disfrutaba la lectura de un buen libro, o aprender a preparar un plato especial. A su vez estaba involucrada en las actividades de la comunidad religiosa, en la participación de campamentos juveniles, y en los juegos deportivos que se organizaban los sábados en la noche, ya cuando el sofocante sol se había escondido dando espacio a que una refrescante brisa recorriera todos los rincones del pueblo mientras se divertían sanamente en la cancha bajo un agradable ambiente de sano esparcimiento.
Amelia por su parte estaba más marcada por el carácter heredado de su padre, siendo osada y con un temperamento firme e igualmente carismático, que combinaba con su afición a las películas y series las cuales podía ver durante horas seguidas llegando hasta la madrugada con gran facilidad. Tenía gran conocimiento de sus protagonistas y era fiel seguidora de los estrenos que iban saliendo. También le gustaban los deportes, manteniéndose muy activa dentro de los juegos que organizaban la comunidad o en actividades que despertaran su curiosidad. 
Y finalmente estaba la menor de las tres. Esther, criada bajos los mismos parámetros, aunque con algunos ligeros cambios con respecto a sus otras dos hermanas, debido a la diferencia de años que había entre ellas. Esther era una niña de larga Con el agua al cuello 8 cabellera rubia y ondulada –que llamaba la atención al no provenir de padres rubios–, su personalidad era vivaz y risueña, sin llegar a ser muy similar a alguno de su dos padres, con lo que lograba aportar un equilibrio perfecto entre la familia, al no parecerse a su padre –como Amelia– ni a su madre –como Elena–.Y gracias a que sus hermanas mayores estaban separadas por varios años de ella, pudo gozar a un grado mayor de libertad, influenciando directamente su crianza, ya que con ella parecía haberse flexibilizado en ciertos criterios. Como lo fue con la regla de “no tener novios durante la secundaria” la cual había cedido ante la mirada de descontento de sus hermanas mayores, quienes aparte de ello también recibieron algunos castigos adicionales y una exigencia más alta por parte de sus padres.

–Los tiempos habían cambiado y el estilo de vida junto con la forma de criar a los hijos también lo habían hecho. 

Repitiendo así el ciclo que vivió su madre con sus abuelos. Quien creció en una finca en el corazón de una región donde el machismo y la percepción de ver a los hijos como objeto de trabajo desde muy pequeños hacían parte de la cultura de sus habitantes; bajo la cual fue criada Rosario, –la madre de las hermanas Hernández– quien como ella misma lo decía, sus ocho hermanos y ella había sido ”criados como animales de trabajo”, en donde cosas tan sencillas como la felicitación a un hijo en su día del cumpleaños no se llegaba a dar, así mismo las muestras de cariño eran prácticamente inexistentes y sus padres tenían la concepción definida de que los hijos varones estaban para ayudar en las labores del campo, y las mujeres en las de la cocina y el hogar, convirtiéndose así en un elemento decisivo que impulso a Rosario a iniciar su propia vida y conformar un hogar lo antes posible, aceptando después de un corto noviazgo la propuesta de matrimonio –del hermano de uno de sus cuñados–, quedando con ello conformadas dos parejas de esposos en un cruce de hermanos entre parte y parte.

Logrando que esto se convirtiera en un elemento de unión entre las dos familias, que además de establecerse en el mismo pueblo quedaron separados solo por unas cuantas calles. Y con el paso de los años cada pareja tuvo sus propios hijos los cuales crecieron en un estrecha relación como primos hermanos, en donde por un lado estaban las hijas de Rosario: Elena, Amelia y Esther, y por el otro Yesid e Ismael, los hijos de su hermana quienes igualmente fueron educados bajo los mismos parámetros tradicionales. 

Influenciando así grandemente la adolescencia y juventud de las hermanas Hernández para que se mantuvieran alejadas de cualquier compañía negativa que pudieran tener, o por algún tipo de costumbre o práctica que indujera en ellas un comportamiento diferente al del ideal. 

Y a diferencia de muchos otros pueblos el lugar donde ellas crecieron no cumplía con el popular dicho “pueblo chico infierno grande” ya que el ambiente en el que se rodeaba su familia favorecía a que no se presentaran problemas, riñas o disputas generados a partir de las diferentes formas de pensar y actuar entre los habitantes de la población, gracias a que todos se relacionaban bajo los mismos estándares de convivencia y respeto, contribuyendo a evitar el infierno al que hace referencia el dicho; y ayudando que la seguridad se conservara en sus calles empedradas y acogedoras; donde era muy común encontrarse en cada rincón con algún conocido de toda la vida, quien seguía viviendo en la misma casa colorida de un solo piso con amplios ventanales y techos de barro, que solo durante la noche encontraban descanso del intenso sol que los había calentado a lo largo del día, pero cuando este parecía ser muy sofocante generalmente llegaban las temporadas de lluvias, compensando con su arribo las prolongadas ausencias con fuertes aguaceros acompañados de truenos y relámpagos que cubrían toda la llanura y se habían hecho muy conocidos por los pobladores, quienes durante las intensas lloviznas no salían de sus casas buscando protegerse de la caída de un rayo, –que debido a la basta planicie en donde se encuentra el pueblo ubicado–, son muy comunes que caigan en cualquier parte del mismo, contándose por decenas los casos de niños, jóvenes, adultos, y hasta animales alcanzados por uno de ellos.

 Aunque estas no eran las únicas historias que quedaban después de los intensos aguaceros, ya que años atrás después de que uno de ellos aumentara la corriente de un arroyo hasta el punto en que arrastró consigo ¡un caimán! que apareció en el centro del pueblo por donde pasaba el arroyo, generando pánico entre los vecinos de alrededor quienes tuvieron que llamar a la policía para que lo devolviera a su hábitat natural a las afueras de la población. 

Mientras que las épocas de verano a finales y principios del año eran aprovechadas para celebrar las festividades, siguiendo la tradición de ubicar en la entrada de las casas unos muñecos artesanales hechos del tamaño de un hombre adulto, que era cubiertos por una máscara y vestidos con ropa vieja para ser rellenados de pólvora y quemarlos durante la noche de navidad o de año nuevo, recibiendo el nombre de “charranchos,” que igualmente iban acompañados por la esperada quema de pólvora realizada en el parque central del pueblo, mientras sus habitantes y visitantes se reunían alrededor del lugar para compartir el momento entre bebidas, música y baile dando lugar a una celebración donde no había distinción social, racial o religiosa que se impusiera entre ellos; al ser todos igualmente invitados a la agradable –fiesta del pueblo–; en donde si su temperatura subía mucho, podía acudir a calmar la sed a uno de los tantos puestos de refrescos, helados y “raspaos” que habían a los alrededores del parque central, donde también era muy común encontrarse con algunos caballos que estaban siendo lavados a chorros de agua y saciando su sed con una combinación de agua y un tipo de endulzante llamado “melaza”, dándoles así el mejor cuidado posible al ser la principal fuente de ingresos de muchas de las familias del pueblo. Quienes durante el atardecer escuchaban las bandadas de loros volando sobre el cielo despidiendo con sus cantos el día, para darle la bienvenida a la noche que caía combinándose en el basto horizonte junto con las amplias llanuras de palma cultivada simétricamente que llamaban a perderse dentro de sus delirantes caminos con el deseo de vivir algo diferente… dejándose llevar por el ambiente alucinante del lugar que se convertía en cómplice de la curiosidad para aquellos que querían experimentar algo más. 

Pero si se trataba de un entorno familiar los meses de agosto y septiembre eran los ideales, gracias a los intensos vientos de la temporada haciendo del vuelo de cometas la actividad predilecta de padres e hijos quienes llenaban la pista del solitario aeropuerto todos los fines de semana compartiendo un agradable momento familiar; en un lugar que durante el resto de meses del año era usado para tantas actividades como les fuera posible, siendo allí donde la mayoría de sus pobladores había aprendido a manejar motocicleta o conducido un automóvil por primera vez, habían tenido algún tipo de aventura o en compañía de un grupo de amigos haberse tomado algunos tragos. Para los cuales si querían “pasar el guayabo” nada como las infaltables salidas al rió del pueblo el primer día de enero, en donde iniciaban el año nuevo recreándose en sus plácidas aguas con el deseo de pasar un agradable momento familiar y almorzar en sus orillas, siendo la actividad predilecta por sus pobladores y visitantes quienes acudían al balneario en fechas especiales como vacaciones, navidad o fin de año; haciendo que pasar solo unos días allí fuera suficientes para sumergir al visitante en un ambiente donde la simplicidad de la vida toma un verdadero sentido. En una vida de pueblo, una vida sin riquezas ni lujos pero sobre todo ¡feliz!.

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